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    Carolina Otálora: excelencia, amor, valor y legado

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    Por Alberto Galvis Ramírez

    Director de la Revista Olímpica y Secretario de la Academia Olímpica Colombiana

    La patinadora artística Carolina Otálora vivió y murió fiel a su espíritu de guerrera, porque  encarnó los significados griegos de agón (“luchador por ser mejor”) y agonía (“luchador por ser mejor hasta la muerte”).

    Y así fue su vida: una intensa lucha por ser la mejor en todo lo que hacía, y lo logró, especialmente en el patinaje artístico; una intensa lucha por sembrar amor, y lo logró, porque su presencia quedará grabada por siempre en los corazones de su esposo y de su hijo, y una intensa lucha por dejar un legado, asegurado en el presente y futuro, por Juan Sebastián Lemus, el hijo que siguió sus pasos en el deporte, y por todos los pupilos que logró forjar como entrenadora.

    Carolina nació en Bogotá, el 16 de febrero de 1982, y antes de los 13 años se enamoró del patinaje artístico, que practicó al lado de quien se convertiría en su esposo, Juan Manuel Lemus, con quien conformó durante 27 años, la pareja artística más recordada en la historia del patinaje colombiano

    Carolina siempre recordó que cuando su padre, Fabio Otálora, al enterarse de que ella y sus hermanas, Nataly y Jahiry, querían ser patinadoras, no solo las apoyó, sino que les exigió desde el principio: “Hágamos de esto algo más serio”, fue su frase de combate.

    Carolina tenía 16 años y sus avances fueron rápidos, en una modalidad que exigía estado físico, nociones técnicas, destreza en la danza y mucha disciplina.

    A los 19 años se enamoró de otro patinador, Juan Manuel Lemus, con quien conformó la pareja más pareja en todo, porque además de convertirse en su esposo fue desde entonces su dupla en el patinaje artístico, que dominó los podios colombianos de 1999 a 2021.

    Pero un matrimonio sellado por el patinaje sólo podía engendrar más patinaje. Hace 23 años nació su único hijo, Juan Sebastián, quien, como era apenas lógico, primero patinó y luego caminó, y forjó al lado de sus padres una carrera, que hoy lo tiene como uno de los grandes patinadores artísticos colombianos, con títulos en todos los torneos múltiples y en los campeonatos internacionales más importantes.

    En 2012, Carolina Otálora logró la más alta figuración deportiva de su vida, al ser la cuarta mejor patinadora del mundo, en el torneo orbital celebrado en Nueva Zelanda.

    Su carrera continuó con éxito hasta 2021, cuando, a los 39 años decidió retirarse como competidora, pero seguir en el patinaje en la otra pasión que la subyugaba: ser instructora.

    En año 2022 fue para ella normal, en el primer semestre. En julio acompañó a su hijo Juan Sebastián, en su coronación como campeón de danza libre de los Juegos Bolivarianos de Valledupar.

    Sin embargo, la vida le tenía una sorpresa, porque en agosto, en la plenitud de sus capacidades físicas y mentales le fue detectado un cáncer gástrico, que empezó a ser tratado con todos los recursos médicos necesarios.

    Carolina asumió su enfermedad y las rutinas médicas ordenadas, con la misma fortaleza para resistir y la misma disciplina que la hicieron grande en el deporte,

    Sin embargo, la enfermedad avanzó tanto, que los dolores fueron aumentando hasta la desesperación. Entonces  decidió que accedería a la sedación paliativa terminal, es decir, que elegía partir, antes de continuar el sufrimiento.

    “No compartíamos esa decisión, pero ella la tomó y la respetamos. Tomó la determinación al ver que el tratamiento no era efectivo. Lo conversamos y decidimos acompañarla y aceptar la determinación que tomó”, señaló su esposo.

    Y agregó: “No podíamos se egoístas en ese sentido. Nos dimos cuenta del cáncer hace poco y ella no lo soportó, por eso, la decisión”.

    El 12 de noviembre pasado, Carolina Otálora se durmió para siempre, dejando una estela brillante en su vida y un legado de amor y fe en su esposo Juan Manuel y en su hijo Juan Sebastián, y un ejemplo de calidad, disciplina y coraje, en los jóvenes que orientó casi hasta su último segundo, quienes la recordarán en cada acrobacia que hagan, en cada rutina, en cada podio, pero, sobre todo, en cada acto de sus vidas, que estará lleno de las virtudes que engalanaron a su maestra.

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